Opinión - El cabildo

Pepe Macías, el ‘number one de los cofrades’

De esta forma, tan coloquial como peculiar, describía a Pepe Macías otro entrañable y recordado cofrade, Joaquín Rodriguez Royo. Ocurrió en la mañana del Domingo de Pasión de 1985, durante la presentación de Pepe como pregonero de la Semana Santa de aquel año.

No iba muy descaminado el bueno de Joaquín pues aunque hablar en términos absolutos conlleva ciertos riesgos, nadie que lo conociera pudiera dudar de que en nuestra ciudad una de las personas con las que el término cofrade ha alcanzado su máxima expresión ha sido, es y será nuestro querido y ya añorado Jose Macías Martin.

Tengo que confesar que resumir y condensar en unas líneas una personalidad tan completa y compleja como la de Pepe me ha resultado muy difícil. Si a esto le añadimos infinidad de momentos vividos junto a él y la sincera amistad que nos unía desde hacía más 30 años, la cuestión todavía se complica más. Y si le sumamos que lo consideraba, junto a Manolo Muñoz, uno de mis referentes en esto de las cofradías, la dificultad se convierte en máxima.

Conocí personalmente a Pepe a finales de la década de los ochenta, cuando fui citado en el antiguo almacén de muestra hermandad, en la calle San Ignacio, a una reunión junto a otros jóvenes que aspirábamos a ingresar en la entonces llamada Junta Auxiliar. Desde aquel momento me llamó la atención ese hombre de aspecto menudo, cabello escaso y gruesas gafas de pasta que rebosaba carácter, fuerza y convicción mientras nos explicaba con voz profunda lo que para él significaba ser cofrade y formar parte de una hermandad, a la que se debía llegar “para servirla y no para servirse”, frase que fue una constante en su vida. Se notaba que era un auténtico enamorado de las hermandades y un convencido de su papel tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Desde entonces fueron muchos años de convivencia casi diaria y de aprendizaje continuo porque de Pepe se podía aprender a cada instante, en cada segundo, con sus acciones y con sus silencios, tanto de cofradías como de la vida y así lo hemos hecho varias generaciones en el seno de nuestra hermandad de los Estudiantes.

Entre otras muchas cuestiones, con Pepe Macías aprendimos que junto a los Titulares, por encima de todas las cosas estaba el Santísimo Sacramento,  “camino, verdad y vida” para el cofrade y que ante cualquier contratiempo de la vida la mejor solución era “rezar, rezar y rezar”.

Aprendimos a distinguir “lo fundamental de lo accesorio” y que pertenecer a una hermandad exclusivamente por el tambor o la carga no se le podía ocurrir ni “al que asó la manteca”.

Aprendimos la importancia de vestir la túnica cada Lunes Santo, el día en el que más disfrutaba del año, a lo que animaba a la menor oportunidad a todo aquel que se dejaba, daba igual la edad, porque como decía siempre “la cofradía es cosa de niños, de jóvenes y de mayores”.

Aprendimos a ilusionarnos con cualquier proyecto por pequeño que fuera y que la dedicación, el sacrificio y el trabajo generoso siempre tenían su recompensa porque “no hay efecto sin causa ni causa sin efecto”.

Aprendimos que poner una cofradía en la calle no era como el “chocolate del loro” sino algo muy serio para lo que se debía cuidar hasta el mínimo detalle para así evitar “caer en el antitestimonio”.

Aprendimos que “las cosas o se hacen bien o no se hacen”, impregnándonos de una forma de trabajar que ha acabado por conocerse como el “estilo Afligidos” que tan a gala llevamos.

Aprendimos que la formación es indispensable pues la hermandad “es una asignatura que hay que estudiar todos los días” y que “nunca se acaba de conocer todo de ellas”.

Incluso aprendimos que cualquier cosa se podía arreglar con un poco de “malmasete”, vocablo de su invención del que nunca supimos su significado exacto pues lo utilizaba para casi todo.

Pero con Pepe sobre todo y por encima de todo aprendimos a querer y valorar a las hermandades y cofradías, a interiorizarlas en nuestras vidas como algo propio y a defenderlas como elementos válidos en esta Iglesia actual tan necesitada de compromiso y generosidad.

Pero todo llega y aunque nos pareciera eterno por ese derroche de vitalidad y ganas de vivir de las que siempre hacía gala, en la víspera del patrón de los estudiantes, se nos ha ido Pepe, un cristiano-cofrade sin complejos, convencido y comprometido. Y un hombre con una capacidad de trabajo difícilmente igualable que lo mismo cogía una escoba en la caseta de feria, que postulaba, ayudaba en el reparto de túnicas o presentaba mil proyectos, siempre ordenados en completísimos dossieres y escritos en su ya famosa Olivetti.

En definitiva, se nos ha ido un COFRADE (con mayúsculas) al que ya me puedo imaginar en el cielo, tras haberse presentado a su Señor de los Afligidos y a su Virgen de la Amargura, organizándole a San Pedro algún aniversario, conferencia o acto, ofreciéndole sus oportunas “sugerencias” mientras enfatiza con su dedo mirándole por encima de sus sempiternas gafas.

Hasta siempre, Pepe. Nunca te olvidaremos.